Sergio Morales
Hoy fue el peor de los días en el trabajo. La cintura, la espalda, el cuello, la cadera o quizás ese dolor de garganta o de estómago están matándote. Tu jefe te regañó y realmente está muy molesto con tu trabajo por lo que te presiona tanto, que pareciera, estar haciendo todo lo posible por hacerte renunciar. Estas demasiado agotado física y mentalmente como para tener hambre. La hora de salida llega pero el trabajo aún es demasiado y el stress por terminarlo es tanto que quieres quedarte a continuar para que tu jefe no te corra. Imposible, los horarios en esta empresa son muy estrictos y hay que abandonar el edificio. Subes a tu auto y aunque intentas dejar todos tus problemas atrás para concentrarte en solo llegar a casa, estos te persiguen y se aferran a ti al grado que casi provocas un accidente en la autopista principal por ir pensando en todas esas deudas y las ya mencionadas broncas del trabajo. Llegas a casa, estacionas tu auto ya casi acaricias el baño caliente que te espera para después cambiarte y por fin descansar. Volteas hacia el control del auto para no fallar al presionar el botón de la alarma y cuando levantas la vista ella está ahí.
-¡Papi! ¡Qué bueno que llegaste! – dice tu hijo (en mi caso una niña de siete años) -¿Ya jugamos? ¡Lo prometiste!- insiste.
Dentro de ti sabes que no puedes esconderte en un juego de mesa en el que solo permanecerías sentado y quizás, si tienes suerte, hasta podrías dormitar un poco entre turno y turno. Tampoco es una opción los juegos de video porque la última vez te quedaste dormido mientras tu niña celebraba por la gran paliza que te estaba dando en el combate. Pintar es aburrido. Las muñecas están demasiado vistas y los monitos… lleva toda la semana jugando con ellos.
Intuyendo la más terrible de las respuestas pregunto, lamentándome en mi interior, antes de que ella lo mencione ¿A qué te gustaría jugar mijita?
-¡Carreritas! –contesta emocionada.
Antes de que terminara su respuesta mis rodillas comenzaron a llorar desconsaladas mientras mi cintura insistía en que había una espada atravesando esa parte de mi cuerpo. Traté de conservar la apenas perceptible sonrisa que esbocé cuando me sorprendió al bajar del auto. Y cual condenado contesté – ¡Claro cariño! Excelente idea.
Es una total y absoluta bendición tener hijos, pero seamos sinceros, a veces no es tan fácil darles la atención que se merecen.
De acuerdo a un estudio del Hospital Sant Joan de Déu , uno de los hospitales más reconocidos de Barcelona España, Jugar al aire libre les brinda múltiples beneficios a nuestros pequeños empezando por mejorar sus movimientos de coordinación lo que acarrea que sus habilidades deportivas mejoren. Los chicos ganan confianza en sí mismos al vencer sus miedos con el desarrollo de sus habilidades. Esto trae como consecuencia que se desenvuelvan mejor socialmente y que adopten actitudes de liderazgo y cooperación. Además jugar al aire libre estimula la creatividad e imaginación de los niños.
Sí, la situación puede ser muy complicada emocional, económica y hasta físicamente, pero aparte de los beneficios que en su desarrollo puedan tener nuestros chicos, hay que darle su verdadera dimensión a estos momentos. Estos son los detalles que nuestros hijos recordarán para el resto de sus vidas. Estos son los pequeños momentos que estrecharán nuestra relación padre-hijo y quizás (nadie sabe) quizás gracias a estos momentos nuestros hijos en un futuro, en el momento marcado y a la hora indicada, decidirán que nuestro amor hacia ellos fue tan grande que no merecemos ser decepcionados. Estos momentos podrían, en un caso extremo, salvarles la vida a nuestros pequeños.
No escatimemos fuerzas… ellos lo valen.