Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana. Y aun no estoy totalmente convencido respecto al universo
Albert Einstein
Por Hernán Gálvez
Pero… ¿De qué año?
Es que por más que el calendario nos asegure que esos dos patitos marcan el veintidós, es inevitable esta sensación de total ahuevamiento existencialista en el que nos ha empantanado dos años de pandemia: ¿Qué somos? ¿Dónde estamos? ¿A dónde vamos?
Al menos puedo responder la última pregunta, con la misma tranquilidad caradura con la que el Humbert de Nabokov relata sus enredos con Lolita: nos vamos derechito a la mierda.
Cuando la pureza de una sonrisa autista me hace creer que nuestra especie tiene aun salvación, miro a mi alrededor y veo a una manada de tarados sonriendo idiotizados ante un onanista selfie frente a este agujero sin sentido donde a algún opiómano arrepentido se le ocurrió “honrar” a las victimas del 11 de septiembre.
¿Se le ocurriría a usted sonreír frente a lo que queda del campo de concentración de Auschwitz? Si algún nucleótido del Homo Sapiens cavila en su ADN, of course.
Cuando una pintura realizada por un niño con síndrome de Down me provoca una lacrimógena sonrisa, una banda de orgullosísimos manifestantes me seca de una el sollozo tratando de convencerme que matar a un feto de 26 semanas es parte de nuestros derechos y cualquier pensamiento contrario es terrorista o, peor aun, republicano.
Cuando las manos entrelazadas de dos viejitos bajando tortugosos por el subway de la mítica Church Street camino a alguna estación -que bien podría ser la última en sus vidas- me implanta alas imaginarias hacia el cielo prometido por mis profesores recoletanos, el puto doble de Vladimir Putin (cuentan que aquí en Nueva York encuentras al doble de todo el mundo y es cierto, hace unos meses me vi descuartizando a un pato en un restaurante del Barrio Chino, con veinte años menos y maldiciendo en el indescifrable idioma de mis ancestros orientales) me pincha el globo y recuerdo que a este enano ruso se le ocurrió bombardear a la indefensa Ucrania. Sus motivos son tan estúpidos que el solo tratar de entenderlos podría provocar un derrame cerebral.
Miren: las dos desgracias mundiales que históricamente han enriquecido más a los países ricos, empobrecido más a los países ya pobres y emputecido a nivel Friné a nuestra ya bastante hetaira especie humana, son las pandemias y las guerras. Y estamos viviendo las dos al mismo tiempo. ¿Eso no les dice algo? Sálvense como Friné, si no.
Balas vemos, cerebros sí sabemos
Pensábamos que con la matanza en Uvalde, Texas, ya habíamos cumplido con la acostumbrada cuota de horror que nos hace “meditar” cada año sobre la condición humana -al menos un ratito, mientras aplaudimos las confesiones de alcoba con olor a caca de un actor simpatiquísimo y una bellísima actriz que debió estudiar para ser abogada de actores simpatiquísimos- pero nones: acaba de ocurrir otra salvajada en Illinois. Y, por supuesto, aparecen los genios de siempre con sus ideas iluminadas: unos congresistas de Ohio propusieron hace poco entrenar y armar a los profesores de escuelas como estoica respuesta a estas desgracias.
Fantástico. Pero creo que se quedaron cortos. ¿Qué me dicen de los trabajadores postales, por ejemplo? Abren y cierran cartas con el dedo meñique, tranquilamente podrían manejar una AKM y salvar nuestras vidas ante una amenaza epistolar.
¿Y los cobradores de peaje? ¿Acaso no han visto El Padrino? El grosero, pero simpatiquísimo Sonny habría sobrevivido de seguro con la ayuda de cobradores armados. ¿Dónde me dejan a los sacerdotes? Esas sotanas pueden esconder fácilmente dos Smith & Wesson en cada pierna y salvarnos si a un loco se le ocurre acortarnos la existencia en el medio de una misa.
O, mejor aun: armemos a los congresistas. Esos mismos que son buenos para aprobar invasiones, pero no se atrevieron a enviar a sus hijos a Irak cuando se los pidió Michael Moore.
La gente lúcida sufre mucho. Por eso bebe para atontarse. Necesitamos menos congresistas y más borrachos.
Bueno, seriedad: demócratas y republicanos se matan debatiendo si el problema radica en las débiles legislaciones estatales para la compra de armas. Dos calvos peleándose por un peine.
La facilidad y el poco filtro para adquirir armas es parte del problema en forma, no en fondo. ¿Ustedes creen que ese muchacho trastornado de Texas y el otro ex scout de Illinois iban a detenerse porque una tienda no les vende armas? Las hubieran conseguido en el mercado negro o igual mataban empleando otros instrumentos. El problema es social, educativo, interdisciplinario. Más que medidas absurdas e ideas trasnochadas, se necesita un estudio y reforma integrales de nuestra estructura social.
Matar al perro no acaba con la rabia. Bin Laden convenció a un puñado de fanáticos para inmolarse por su ideología convenida (¿sabían que el barbudo fue agente de la CIA antes de su repentino odio anti yanqui?) George Bush ordenó una sangrienta invasión a Irak cuando sabía de antemano por reportes de inteligencia que Hussein no tuvo nada que ver con los ataques del 11 de septiembre. Rusia va asesinando a más de 4,000 civiles en Ucrania hasta el momento -entre ellos casi 300 niños- luego de organizar un… mundial de futbol. Eso, ¿no les dice algo?
Colofón
Cuentan que el escritor francés Gustave Flaubert se tomaba primaveras enteras para encontrar le mot juste, la palabra perfecta en sus geniales relatos. Con el perdón del maestro, con estas perlitas no se necesita más de un segundo para describir a algunos humanos. Pero esa mot juste es impublicable.
Triste, muy triste. Y eso que aun no acaba el año. Aunque la foto de mis hijos en el teléfono siempre me termina convenciendo que por algo la palabra “esperanza” aun existe. Y es femenina.
Nueva York, julio de 2022