Por Hernán Gálvez
Cuando vi el último debate entre Javier Milei y Sergio Massa dije uy, nos jodimos (amé desde mi niñez y ad aeternam todo lo argentino a través del fútbol; me alucinaba el Mono Navarro-Montosha, el Pato Fillol, el Loco Gatti): perdimos.
Y es que me asustó que Milei fuera Milei en todo momento: la honestidad puede ser un craso error en política, falta imperdonable en el manual maquiavélico del que pretenda ganar una elección. Pero (felizmente) me equivoqué.
El temperamento curiosamente anti televisivo del candidato durante el debate -ha sido habitué de no solo programas periodísticos sino también faranduleros– esta vez no le jugó en contra. Sus respuestas encolerizadas, su ceño maquilladísimamente fruncido, sus respuestas -anti políticamente correctas, pero para una conferencia académica (¿cuántos espectadores podrían saber lo que es una extrapolación de teoría económica, la convertibilidad y demás verborrea soporífera?)- tampoco fueron una zancadilla.
Milei ganó.
El cansancio también juega
No conté con cuán harto está el pueblo argentino. Así como en el fútbol cansar al rival también sirve, aquí la inoperancia de Massa –su labor como ministro de economía ha sido catastrófica– resultó al final de mayor provecho que su malicia política. Ni sus irresponsables regalos a costa del contribuyente en forma de bonos, ni el viejo truco del susto al pobre -sus repetidas preguntas a Milei sobre el posible cese de subsidios de salir ganador- funcionaron. La sucia carta del óyeme pobre, este loco te va a quitar nuestras migajas, ya cansó.
Temía que la tendencia de votaciones populistas en Latinoamérica iba a alcanzar a la alguna vez próspera Argentina -hace cien años, era potencia mundial. La aparición de Bukele en El Salvador también ha contribuido a equilibrar un poco el panorama y desasnar un poco al votante. Una izquierda pensante y no demagógica como la de Mujica en el vecino Uruguay no era lo que representaba el peronismo anacrónico de Massa.
Tampoco es que Milei sea el Mesías; tiene unos matices extraños en un liberal, como su posición respecto al aborto y el matrimonio entre personas del mismo género. Pero ha despertado la ilusión de que es posible reconstruir al país con un radicalismo responsable, sin medias tintas.
Que aproveche el noviazgo
El primer año de gobierno será crucial. Debe aprovechar que ha ganado sorpresivamente por goleada. Luego de un debate tan malo mediáticamente hablando, yo auguraba su derrota o a lo más un triunfo apretadísimo. Pero no ha sido así. Massa apenas logró recaudar unos dos millones de votos a los que logró en primera vuelta, mientras que Milei casi llega a siete. Son muchos factores los que lo posicionaron ganador, pero insisto en que el cansancio del argentino ante el status quo fue fundamental. El conformismo es una penosa enfermedad no ajena al latinoamericano. Argentina pudo muy bien someterse al miedo nuevamente y optar por el malo conocido.
Pero ojo: Milei no ha recibido un cheque en blanco, sino un vigoroso grito de ayuda.
Las primeras medidas no deben ser tibias. No se hacen tortillas sin romper huevos: la situación actual implica cambios urgentes en el aparato estatal. Para eso debe mejorar su estilo comunicativo, que puede funcionar para un programa televisivo, pero no para interactuar con los millones de argentinos que viven ya en la pobreza extrema. Ellos quieren creer que sus propuestas realmente servirán para sacarlos de la mayor crisis inflacionaria de su historia. Debe moderar sus modales, pero, sobre todo, no ceder a las presiones y aprovechar este noviazgo para que el pueblo le acepte el matrimonio de acá a cuatro años.
Muchos comparan a Milei con Donald Trump, pero es un despropósito. Milei está muy por encima del estadounidense; ganó con el voto popular y puede convertirse en el punto de quiebre en la historia argentina. Trump era un outsider, Milei es el verdadero insider. Un tipo que forjó su carrera sin herencias ni padrinazgos. Un senador que conoció al monstruo de la política desde adentro para planificar su exterminio, para edificar la nueva república. El argentino confía en que por fin se le demuestre que el estado no es la solución a sus problemas, sino que es el problema.
Felicitaciones, Argentina. Por confiar, verbo tan desusado.
Y a Milei: no nos defraudes. Ataca sin descuidar el arco. Conviértete en historia, no en una página de ella.