Por Hernán Gálvez
hgalvez@me.com
Acción: tenemos un nuevo (antiguo) presidente. Ya pasaron algunos días para sopesar conscientemente qué (no) hizo el país, los electores, y a qué deberíamos atenernos.
A ver: ahora todos hablan de las temidas ‘deportaciones masivas’. Si al votante latino le interesa tanto el tema, ¿por qué nunca hizo nada al respecto? Nos acordamos de la política sólo y convenientemente cada cuatro años. ¿Qué pasa luego? Pues lo mismo que ahora mismo: ¡nada! Todos regresan a sus labores cotidianas y hasta más vernos cuando haya alguna otra cosa de qué quejarse.
¿No se sabía acaso antes de las elecciones que el presidente Trump había defraudado impuestos? ¿No se sabía de antemano que había sobornado a un testigo en un juicio en su contra? ¿No se sabía de su misoginia, de su nulo pudor para mostrar su asco contra las minorías? Por supuesto que todo estaba cantado. Pero esperamos cómodamente que una votación ‘haga justicia’, cuando el cambio debe darse desde la raíz: eliminar de una vez por todas esta absurda forma de elegir presidentes.
¿Cómo es posible que en el supuesto país ‘adalid’ de la democracia mundial, no gane el que tenga más votos? No sólo es absurdo sino estúpido. Pero la historia de los Estados Unidos está llena de estas incoherencias y nos hacemos los tontos porque, una vez pasada la ‘indignación’, todos regresan a sus vidas de cheques semanales y a gozar de cualquier bono que el grandote anaranjado vaya a emitir tal como lo hizo -y recibimos calladitos- durante la pandemia.
Pero regresemos al bendito tema migratorio. Todos tienen algo qué decir, pero nada qué hacer -tal como ocurrió en este ochenio demócrata. No sólo no solucionó el problema de inmigrantes indocumentados, sino que lo agravó, permitiendo que la frontera se convierta en una coladera.
A ver: el facilismo me indicaría hablar de derechos humanos y la cáscara del plátano para abordar un tema tan complejo. Es como querer curar el cáncer con disertaciones sobre la enfermedad, como si la palabra contuviese magia -el ejercicio favorito de los demócratas. Oigan, hagan este ejercicio: abran la puerta de sus casas y dejen que entren indiscriminadamente cientos de cientos de personas. Como la casa es grande, al principio no notas gran diferencia e, incluso, te preocupas de que los invitados sin invitación tengan qué comer y vestir.
Y siguen entrando y entrando, pero no pasa nada; pasen nomás, el corazón es grande. Pero de pronto un día despertamos cuando empiezan a perderse las cosas de la casa y a pelearse entre los inquilinos gratuitos. ¡Ups! ¿Qué hicimos? ¿Qué hacemos? ¿Los botamos? ¡No!: los inquilinos tienen derechos humanos. ¡Voten por Harris!
Porque el otro quiere botar a los inquilinos y es malo, el diablo anaranjado. Pero ¿era malo cuando nos daba esos innecesarios bonos durante la pandemia? No, ahí no. ¿Eran malos los inquilinos antiguos cuando, calladitos, recibieron muchos de ellos dichos bonos? No, tenían derechos humanos, pues.
Como que de tanto vivir aquí, nos hemos contagiado de incoherencias. El primer presidente afroamericano en la historia fue el presidente que, dentro de esa misma historia, deportó más indocumentados. Pero nadie dijo nada, right Mr. Obama?
Acción, y desgracia: dejemos que hablen los hechos, porque cuando ocurren más bien nosotros nos quedamos callados. Donald Trump es probablemente racista, misógino, cretino y felón. Pero eso necesariamente no lo hará un mal presidente. Kamala Harris habla muy lindo sobre los derechos de los indocumentados pero el gobierno al que perteneció no hizo absolutamente nada por ordenar el semejante desmadre en el que ahora estamos.
El sistema electoral y de justicia permitió que Trump sea presidente de este país al menos cuatro años más. Criticando la risa no se cambia el chiste: la estructura electoral es desastrosa y eso no desaparece quejándonos. Si no queremos que esto vuelva a ocurrir, pues hagamos política de verdad y no sólo quejas cada cuatro años.
Que se nos pegue todo lo bueno que ofrece esta gran nación, menos sus incoherencias. Como celebrar, por ejemplo, el día de Acción de Gracias. Una gran cena preparada por los mismos cocineros que después te quitarán hasta el sueño. Lean un poquito la historia antes de cortar el pavo. Hasta la próxima.
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